domingo, 14 de diciembre de 2008

Aristocracia de espíritu


Arrebujados por la ebriedad de nuestras pláticas, hemos propuesto en diversas ocasiones la redacción de un manifiesto dogmático que convenga en un compendio de bases irrefutables por las que debería transitar El Partido, axiomas de la verdad intempestiva que los integrantes de nuestra hierática hermandad deberían asumir como imperativos existenciales. Siempre me había distanciado de tal empresa, pues considero que el carácter plural y las líneas seguidas por los camaradas, dentro de un hondo elitismo y común acuerdo entre iguales, son heterogéneas y disímiles en diversos puntos. Con todo, las divergencias pivotan en torno a aspectos accesorios y compartimos un leit motiv que une nuestra ignominia, ese código no escrito que armoniza nuestras voces. Por ello, propongo y convido a todos los cofrades, no sólo a los pocos que escribimos por aquí, a desplegar aquellos conceptos que agitan nuestro brío a-actual. Los Fundamentos de El Partido en su sentido lato, al margen de visiones subjetivas, los valores y nociones que diferencian nuestra apostura de la bobería prosaica del demócrata.

En el reducido I Congreso d.p.R., lamentando la ausencia de un pilar insustituible -pese a que su verbo yace entre sus semejantes-, se incitó al desarrollo de la propuesta planteada y las posibles nociones a tematizar. Sin gansadas y ejercicios de literatura barata presento el primer fundamento, espero, de un cómputo lo suficientemente completo para desembocar en la idea global de Intempestividad.


ARISTOCRACIA DE ESPÍRITU

Etimológicamente “aristocracia de espíritu” nace de la apostilla que los camaradas ubicamos invariablemente detrás del vocablo “aristocracia”, un puntilloso detalle que no sirve para dar pompa a un término maldito, empachado y prostituido, una anotación que no pretende justificar el uso de un clasismo fácil, sino significar un estado afamado de nuestras almas. Lo aristocrático remite a la sangre, a la herencia y a la perpetuación de la nobleza de linaje por los lazos de parentesco. Aristocracia sugiere un elitismo impuesto e impostado, una jerarquía fingida, un artificio del poderoso en su codicia de potestad, el ejercicio de control por ínfulas trivialmente megalómanas, la autoridad fáctica y espiritual adquirida por designios inasibles e irracionales que se sostienen en burdos discursos seudo místicos en los que Dios otorga el trono a una estirpe de virtud superior. Aristocracia hiede a mentira, a sistema de castas herméticas que reciben su ser de la común aceptación cedida por el peso de la tradición.

La importancia de la tradición es palmaria, la función de preservación y de significación cultural y espiritual que conlleva es un hecho incuestionable. Uno de los principales problemas de la posmodernidad es la desidentificación con el pasado y la dislocación de un sistema de valores que a modo de preceptos constituyan un marco cohesionado. Desamparo, individualismo descarnado, orfandad, vacuidad, relativismo eunuco, obviedades que integran una actualidad desubicada donde impera la ansiedad y la depresión, porque, al fin y al cabo, el pueblo necesita su soma, su religión, su dios genérico, su guarida, su cobijo, unos ideales colectivos que lo sitúen. Giordano Bruno, filósofo al que muchos miembros de El Partido respetamos, ponderó la importancia capital de una religión común como guía de la muchedumbre que no puede dar a sí misma una ley, que no puede guiar su espíritu hacia la virtud y la excelencia. Aquí reside la Aristocracia de espíritu, la capacidad individual de generar la propia nómon. La gruesa voluntad de sacrificarse y enfocarse a lo trascendente marca una jerarquía que discierne entre el ardor de unos y la apatía de otros.

El aristócrata de espíritu es aquél que abandona la ociosidad del plebeyo, la holgazanería del sumiso, la pereza del mediocre, la desidia del vulgar, la indiferencia del bienestar, la ataraxia del que no quiere sufrir y para ello evita la gloria. El aristócrata de espíritu es trágico y ve en el sacrificio la auténtica religión, el movimiento de renuncia que lo encumbrará. El sabio Rémora nos recordaba las acertadas palabras de Oswald Spengler, que podría ser el resumen de nuestros empeños y pretensiones, de nuestra perspectiva vital: “Quién bienestar sólo quiere, no merece vivir el presente”. Y es que la aristocracia de espíritu es el arrojo con el que desafiamos a una época y con la que nos distanciamos del presente para recaer en él con más ímpetu, el atrevimiento al rotular la insignificancia del conjunto y separaros de éste, el deseo de arraigar en el ostracismo y la incomprensión. La aristocracia de espíritu traza una línea entre aquellos que viven en su tiempo y lo acatan, pasan de puntillas, humildes, sencillos, callados, timoratos, y mueren tumbados, reconciliados con el mundo que no les ha herido, y entre aquellos que tan sólo su muerte es una reconciliación después de una batalla sangrienta y cruel en la que subes y bajas, pereces y resucitas: una experiencia aciaga de pugna en la que redimes tu espíritu y el ser del hombre.

Somos elitistas, no somos iguales y no lo queremos ser, deseamos el enfrentamiento, ansiamos la reyerta, nos regocijamos en la lucha, porque la confrontación con la realidad es nuestro manjar, la única forma digna de habitar en ella. Y allí podemos ser hipérboles y exageraciones, trasuntos inversos del sillón de un ciudadano, fantasmagorías falaces del devenir lineal de un chalet adosado, la intransigencia despreciable de ideas bellas de noble necedad, la ruin violencia que quiebra una apacible velada en el sofá, la intolerancia hacia derechos dictados por la lógica, el esputo de la irracionalidad, el vómito de un mundo empachado de mierda tibia. Ultrajamos la medianía, abrasamos lo comedido, rugimos bajo el fango. Queremos descender hasta lo insondable y ascender hasta la delicia, caer en el pecado y blandir la rectitud. Un aristócrata de espíritu debe estar dispuesto a ser degradado por el dictamen de la sensatez expelido por un pueblo dormido, pues sus sentencias son fruto de la indolencia; exonerado del seno de la igualdad democrática, pues la igualdad es una falacia; maldecido por el sentido común del pobre de espíritu, repudiado por la débil voz de la mayoría, ronca de chupar pollas de humo. Un gran camarada exclamaba que debemos regodearnos en las marismas del vicio para conocer la virtud, eso es parte del vaivén palpitante que sacude nuestras almas, el situarnos en otro ámbito de la existencia que nos diferencie, que nos permita errar, sangrar y herir, eximir el pecado de quién no desea vivir una vida plena para no temer y temblar. Y así llegaremos al Ser, sacrificando la comodidad y la tentación de un mundo de latón, enfrentándonos a nuestro tiempo para ser nuestro tiempo.
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Aprovecho para saludar a Rémora y le invito a que exponga sus episodios. No quisiera importunarlo con pérfidos mails y demás horteradas que lo apartan de su cometido.

Saludos elitistas,

Barclay de Tolly con sombrero de copa, capa y bastón

3 comentarios:

ayax dijo...

En marcha ya pues tal iniciativa, se precisa la participación de los presentes. La aristocracia de espíritu es pero, una condición de praxis, de obra, de gesto. De modo que concíbanse los fundamentos de El Partido como actividad real, música dictatorial de las venas cuya verdad valida nuestro propio estilo, a la manera de un tatuaje monumental. Añado pues a la iniciativa, otro punto, acaso general, acaso. Voluntad afirmativa: eso es, voluntad de vida en su acepción más obsesivamente exagerada. Tradúcese ello en el sentido del decoro, del pathos de la fuerza en los rostros, en la alergia a lo depresivo, al sentimentalismo y a toda esa suerte de yugos que privan del derecho a categoría toda aristocrática. Aceptando en lo no-accesorio(discrepando en lo de la necesidad de empacharse de icio y de las amalgamas posibles experieniables...) de la propuesta de don Barclay, añado yo, por ahora, la idea de VOLUNTAD AFIRMATIVA. Cuestión de estilo y manera, que también de espíritu. Salve!

Barclay de Tolly dijo...

Estimado Áyax. No tome vicio en su estrecha acepción e interprétalo como una figura: el derecho y la obligación de discurrir por aquellos terrenos que el plebeyo no puede ni debe, pues su flaqueza espiritual haría que fuese destruído. Nuestro pensamiento intempestivo podría considerarse un vicio.

Por otro lado, resultaría grato que expusiese su interesante y certera expresión sobre la Voluntad Afirmativa en una entrada. A ver si poco a poco esbozamos unas cuantos fundamentos.

Barclay de Tolly dijo...

Ya que estoy puesto, además de los Fundamentos, podemos definir aquellas nociones que usamos habitualmente, aúnque sea a modo de definición negativa, como el Letrasadismo.