lunes, 15 de octubre de 2007

YO SIRVO


A modo de respuesta, e inherentemente de agresivo mordisco a los postulados que por degeneración y deformación, todo el mundo ya da por obvios en este Siglo XXI de un Occidente corrupto y corruptor, lanzo el siguiente artículo.
Puesto que no pensamos por oficio, ni meditamos a sueldo, sino que por el contrario,poniendo la razón al servicio de la vida, sabemos del arte de escuchar a nuestra sangre, y miramos de reojo a aquello que reluce de libertad y que gratuitamente es patrimonio de todos, considero que nunca están de más unas lineas para mantenerse en guardia. Espero que así se reciban las siguientes:
Antes que nada, merece mención a razón de premisa y de fuerte referencia el hecho de que una mirada del pasado-y no se trata en absoluto de mitificar el "ayer"- nos reprobaría por razones de vergüenza, honor y respeto la actitud por así decirlo "standard" que preside nuestros movimientos vitales contemporaneos.
Baste decir, y sin detenerse en ello, pero considerando lo trascendental de su sentido, que el principio aristocrático por excelencia era(es): yo sirvo.No era en vano cierto pues, y sin ir muy lejos, el hecho de que los caballeros servían en tanto que asumían las labores de defensa de la fortaleza medieval y la de sus siervos, quienes vivían en la misma. El deber pues, era el horizonte que medía el honor propio, es decir, la categoría y dignidad de la existencia, que con justicia, valoraba jerárquicamente.Esta actitud, ese modo heroico y guerrero de mirar al mundo, toma desde la democrática cosmovisión de ahora, tintes de ingenuidad,incomprensión, risa, y reacciones por excelencia, propias de comerciantes, esclavos y material humano de corte liberal. Casi sin duda alguna, ello tiene su explicación en el uso, abuso, y justificación "religiosa" apelativa a la libertad, lo que se traduce por consiguiente en: soy libre por cuanto menos respondo ante nada ni nadie, soy libre haciendo lo que quiero. Evidentemente, es más que refutable esta corrupción y sinsentido al que ha llevado tensionar hasta los más grotescos límites la palabra libertad. Es un insulto al buen gusto hablar de libertad cuando no respira en ella lucha alguna, cuando una postura y una garantía legal substituyen al gesto y a la justicia, eso es, al sacrificio real. Libre es quien es suficientemente hombre como para mantener, soportar y asumir el precio de sus decisiones y compromisos. Y no lejos de ello, como un fresco aroma que recorre toda esta cuestión, cabe considerar el amor, y entiéndase así: Por el amor, se fragua la semilla respeto, entrega y voluntad de servicio, pues cuando el sentido lo da lo que amamos, hay honra en nuestros actos, y una viril capacidad de renuncia que nos hace más fuertes y nobles, que nos vincula con mayor pasión y violencia a la vida. Un ejemplo de esta experiencia y fenómeno natural, es el que sucede en las comunidades que, generación tras generación siguen legando su estirpe, transmitiendo una herencia y posibilitando como así les sucedió a ellas, la oportunidad del milagro de la vida a sus descendientes. Aunque para ser sinceros, no es menos cierto que la generación de simios con que compartimos mundo, conciben la vida como su derecho-en absoluto conquistado- a consumir el mundo, gruñir con soberbia y a exigir la consideración de hombres y libres, desde la más grosera autosuficiencia. Seamos despiadadamente honestos: Hombres no somos todos, porque nunca la autoridad de ninguna letra podrá substituir con su veredicto de papel al eco de nuestros actos, en cuyo sonido se traduce irremediablemente la fuerza de nuestras voluntades. Y por otro lado la libertad solo es digna de aquel que sabe conquistarla día a día. Ya sin prolongar más este apunte, solo mencionar lo preocupante que resulta-sin alarmismo ni llamamiento democrático a ninguna conciencia- la pérdida de pasión que nos acaece, así como la incapacidad de amar, pues acaso un mal y patológico amor a uno mismo es la propuesta de esta civilización. Aquel que es autor de "El principito" con más razón que un santo, y cuajando con lo expuesto hasta el momento de hoy, nos recuerda que el "amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección." Tal vez deberían enseñar a los niños ésto antes que a sumar,restar,y jugar a la Play o moverse por internet.
He dicho.
EL AMOR ES EL ARQUITECTO DEL UNIVERSO(Hesíodo)

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